Vitis Silvestris na Ibéria

lntroducción  

Las poblaciones de vid silvestre euroasiática se extienden desde la Península Ibérica hasta el macizo del Hindu Kush y el Magreb. Sus ejemplares pertenecen al taxón Vitis vinifera L. subespecie sylvestris Gmelin (Hegi) y son parentales dioicos de las variedades de cultivo. Estas últimas son fundamentalmente hermafroditas, aunque pueden encontrarse también ejemplares femeninos, como ocurre en la región Caucásica (Maghradze et al., 2010).

Virgílio se refiere ya a la parra silvestre en las Églogas como labrusca, nombre que queda conservado en lenguas romances como el portugués, castellano e italiano. En Portugal suele recibir además el nombre de videira brava, videira silvestre, parreira brava. Y, en la geografía española, vid silvestre, parra moruna, parrón, uva de zorra, zozo mahatsa, mahatsamandoa, entre otros.

Böhm (2010) sugiere que la Península Ibérica constituyó un refugio para esta subespecie durante la última glaciación (Würm). Existen pruebas palinológicas del Pleistoceno medio en las turberas de El Padul (Granada) (Florschütz et al., 1971), y en la Laguna de Las Madres (Huelva) (Stevenson,1985). Según las referencias de Rivera y Walker (1989), dentro de la Península Ibérica, las bayas de vid silvestre han contribuido directamente a la alimentación humana desde el Paleolítico.

De la vid silvestre a la cultivada

Las plantas domesticadas por el hombre son aquellas que le sirven para su dieta o son aplicables a sus actividades cotidianas, entre ellas se encontraba la liana que nos ocupa. A partir de los escasos ejemplares hermafroditas aparecidos en la naturaleza como resultado de mutación, se fueron seleccionando variedades de cultivo (Forni, 2006). En un estudio genético llevado a cabo sobre los diversos clorotipos y su distribución en 1201 muestras de muy diverso material silvestre y cultivado, procedente de un área comprendida entre la Península Ibérica y Oriente Medio, en el que se incluyen muestras norteafricanas.

Las conclusiones del mismo refuerzan la teoría del origen policéntrico de la domesticación de la vid (Arroyo et al., 2006). El artículo señala, además, que el 70% de los vidueños de la Península Ibérica exhiben clorotipos derivados de las poblaciones  silvestres de Europa Occidental, por lo que se refuerza la idea sobre la existencia de una región de refugio para la vid, entre otras especies botánicas, en la Península Ibérica. A dicho territorio llegarían posteriormente las castas aportadas por fenicios, griegos, romanos, cartagineses, árabes, de peregrinos a Compostela, etc.

Parece ser que el proceso de domesticación fue acelerado y guiado en primer lugar por la influencia cultural, y después, por las aportaciones directas de las actividades que realizaron los colonos fenicios, griegos y púnicos en la cuenca del Mediterráneo occidental. Se puede pensar, por lo tanto, que en las zonas de distribución de la vid silvestre, la introducción en primer lugar del consumo del vino y, posteriormente, de la viticultura, se sobrepusieron al preexistente sustrato de cultura local, caracterizado por una fase de protodomesticación de la vid. La tabla 2 intenta reflejar las principales diferencias entre vid silvestre y cultivada (Ocete et al. 2007).

Aprovechamientos tradicionales de las parras silvestres

Antes del empleo de las variedades hermafroditas cultivadas, los racimos silvestres constituyeron la materia prima del vino. Carbonell (1820) señalaba: Es difícil señalar la época en la que los hombres comenzaron a fabricarlo. Este precioso descubrimiento parece que se pierde en la oscuridad de los tiempos; y así la invención del vino tiene sus fábulas, del mismo modo, que la de todos los objetos, cuya utilidad ha llegado a ser general. Además, ha de tenerse en cuenta que el vinagre y la sal fueron los dos conservantes de mayor importancia en la antigüedad.

La fabricación de vinagre con racimos silvestres se mantuvo hasta hace unas tres décadas en la Sierra de Cazorla, Cuenca del río Rumblar (Zocueca) y Sierra de Grazalema (El Bosque, Prado del Rey y Zahara de la Sierra). La farmacopea está llena de remedios medicinales que tienen su origen en la vid silvestre, principalmente en la savia y agraz. En la Noticia histórico corográfica del Muy Noble y Real Valle de Mena (Burgos), fechada en 1796, se recoge: Hállanse muchas parras en los montes y en los costados de los caminos y ríos y su fruto es muy bueno para agua de agraz. Los sarmientos se han empleado para la fabricación de maromas y nasas de Pesca en el litoral asturiano y gaditano. Por su parte, el ácido tartárico del mosto se ha empleado como mejorante de las pastas cerámicas.

La destrucción antrópica de los hábitats de las parras

Por todos los motivos expuestos en el apartado anterior, probablemente el hombre, durante milenios, llevó a cabo un proceso de frutalización con el fin de aumentar la presencia de este recurso natural en sus alrededores (González Bernáldez, 1992). Muy por el contrario, con el desarrollo y aumento de las comunicaciones, la acción humana ha ido progresivamente destruyendo los hábitats de esta liana de forma directa o indirecta. En el primer caso, mediante obras públicas (embalses, puentes, trazado de carreteras), expansión de las zonas agrícolas y explotaciones forestales, así como con la limpieza de las cunetas de las carreteras. Como ejemplo reciente, puede citarse la construcción del pantano de Alqueva en el Alentejo.

Por otra parte, la gran población descrita por el padre de la ampelografía española, Clemente y Rubio (1807), en La Algaida, junto a la desembocadura del Guadalquivir, en la que describía: …forman los vidueños bravíos selvas impenetrables, se ha reducido por talas y fuegos a cuatro ejemplares en la actualidad. De forma indirecta, mediante la introducción en Europa de ciertas plantas invasoras, especies de vid norteamericanas utilizadas como portainjertos para paliar los efectos causados por la invasión filoxérica a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y de híbridos productores directos que ha provocado un desplazamiento de los ejemplares silvestres europeos de sus hábitats. Este fenómeno es palpable en buena parte de la Península Ibérica, incluso en Reservas de la Biosfera, Parques Naturales y otros espacios protegidos (Ocete et al., 2007). De forma paralela, se asiste a una progresiva colonización de hábitats periurbanos por otra vitácea introducida como ornamental, conocida como viña virgen (videvirgem), Parthenocissus quinquefolia.

Todo ese creciente impacto ambiental negativo ha llevado a la vid silvestre a figurar como especie amenazada en la lista roja publicada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, 1997).

En la Península Ibérica, los hábitats que albergan todavía un mayor número de parras silvestres son los bosques de ribera, ya que las parras son hidrófilas, y toman a árboles y arbustos como tutor, dado su carácter heliófilo. Los principales tutores corresponden a diver‑ sas especies de los géneros: Acer, Alnus, Crataegus, Ficus, Fraxinus, Olea, Populus, Quercus, Retama, Rubus, Ulmus, Rubus, entre otros. Asimismo, aparecen en diversas zonas coluviales de clima húmedo, como es el caso de la costa cantábrica. Una distribución aproximada de los principales núcleos poblacionales ibéricos aparece en la figura 3.

Principales características ampelográficas y enológicas

Las parras tienen una gran diversidad foliar. Por regla general, el tamaño de la hojas es pequeño o mediano con seno peciolar abierto o muy abierto. Las parras masculinas se caracterizan por tener flor masculina pura, es decir, carente de gineceo. Las del otro género tienen flor femenina con estambres reflejos. El tamaño y el número de inflorescencias es mayor en el caso de los ejemplares masculinos, que contienen polen globular tricolporado, con tres huecos para la salida del tubo polínico durante la fecundación. El polen femenino carece de hendiduras, por lo que constituye una especie de saco con forma ovoide (acorporado o aberrante), que no llega a germinar.

Los racimos son reducidos, con bayas de pequeño tamaño (Sampaio, 1947) y de color tinto, con muy bajo rendimiento en mosto. El número de semillas suele oscilar entre 1 y 4 por grano. La morfología de la pepita es más rechoncha que las correspondientes a las variedades de cultivo. Ello permite poder diferenciar en los yacimientos arqueológicos las semillas silvestres de las cultivadas, mediante estadísticas basadas en el análisis de la varianza.

El vino obtenido por maceraciones de una semana suele alcanzar entre 7 y 13,5° de alcohol, dependiendo de la latitud, altitud y orientación de la parra. Su color es bastante intenso, con índices de intensidades de color superiores a 10,3, y en boca denota una gran acidez.

Cabe resaltar que el material silvestre injertado y puesto en condiciones de cultivo sufre un considerable aumento del tamaño de las bayas y, por lo tanto, del rendimiento en mosto.

Parásitos

No se encuentran síntomas causados por la fase radicícola de la filoxera, dadas las condiciones edáficas de los hábitats de estas parras, que suelen permanecer encharcados varios meses al año, o tienen textura arenosa, como los de la desembocadura del Río Guadalquivir. No obstante, las pruebas de laboratorio realizadas con material vegetal procedente desde Portugal hasta Hungría confirman la alta sensibilidad de la vid silvestre a la infestación artificial del homóptero. Las principales especies de artrópodos infestantes son dos ácaros monófagos, Colomerus vitis (Pagenstecher) y Calepitrimerus vitis (Nalepa) (Acari, Eriophyidae), que también afectan a las variedades de cultivo en amplias regiones vitícolas.

Respecto a hongos, las enfermedades más importantes son las que, junto con la filoxera, llegaron de Norteamérica en el siglo XIX, el oídio, Uncinula necator (Schweinitz) Burrill y el mildiu, Plasmopara viticola (Berkeley & Curtis) Berlease & de Toni.

Los niveles de infestación de ambos ácaros y de infección de las dos enfermedades criptogámicas no suelen llegar a comprometer la viabilidad de las parras actuales. Pero los hongos, probablemente, han podido acelerar en algunos lugares la muerte de las plantas, por lo que constituirían otra causa indirecta más con carácter antrópico, según Ocete et al., (2007). Hasta el momento no se han detectado síntomas causados por el virus del entrenudo corto (Fanleaf virus), extremo que ha sido comprobado mediante el test ELISA correspondiente.

Recurso fitogenético

Aparte de los usos tradicionales citados, la vid silvestre constituye un importante recurso fitogenético que alberga una importantísima diversidad genética, con la que hay que contar para futuros programas de mejora de viníferas y portainjertos, así como para la reforestación de ecosistemas naturales. Además, mediante marcadores moleculares, se puede abordar un estudio sobre la contribución genética de las vides silvestres a las variedades de cultivo características de la región ibérica. Esperemos que estas líneas puedan contribuir a lograr una figura de protección legal para esta planta amenazada en Portugal y España.

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